Mis
manos ardían de tanto frío que hacía, era de noche yllovían rocas en el centro
de Quito. La neblina cubría las calles tapándome la vista, solo la luz caliente
que emitían las lámparas me permitía seguir adelante sin tropezarme. Mientras
caminaba me preguntaba, ¿Quiénes habrán
caminado por estas lindas calles desde que fueron fundadas? Seguramente la
mayoría de las almas de Quito, tristes o
felices han rondado por aquí . Acababa de parquear mi auto y me encontraba
caminando por la calle Benalcázar, ahora no había ni un alma. La lluvia paró de
golpe muy bruscamente y se podía ver personas corriendo a su destino. Me
dirigía a un restaurante, a una cuadra de donde estaba, llamado “Vista Hermosa”,
a encontrarme con unos amigos para celebrar mi cumpleaños. Pero para mí, solo
era un año más.
Estaba
a punto de llegar cuando vi un mendigo sentado a unos 5 metros de allí. Yo iba
a pasar al lado de él sin ni siquiera regresarle la mirada, pero lo que me
sorprendió fue que no me pidió dinero, ni me miró la cara. Al lado del mendigo
había un letrero hecho de un pedazo de cartón que simplemente decía, “Soy
humano, soy pecador.” Lo leí y lo ignoré, seguí por mi camino y entré al
restaurante. Mis amigos estaban ahí
sentados hablando del día a día, esperando mi llegada para recibirme con un
buen abrazo. Nos sentamos y comimos hasta estar satisfechos y contentos. La
culpa me seguía de la mano. ¿Cómo estará el mendigo? Me preguntaba. Seguramente
con hambre y con frío. Inesperadamente
uno de mis amigos, Juan José, habló con una sonrisa en su mirada.
“Sebastián,
tenemos un regalo para ti departe de todos. Espero que te guste, es de buena
calidad.”Me entregó una botella de vino, “ChâteauLafite”,les di las gracias
con un buen abrazo a cada uno. Era de
noche y se hacía tarde, la manija del reloj apuntaba cerca de las 2 de la
mañana y todos se comenzaron a ir. Nos despedimos y se fueron alegremente.
Como cumpleañero me
quedéhasta el último momento para pagar la cuenta, solo quedábamos los meseros
y yo. Pagué, di las gracias y me fui. Mientras salía del ascensor, le daba un
vistazo al detalle del título en la botella de vino. Tenía
una casa muy grande en la parte trasera de la imagen y unos hombres cosechando
las uvas en la parte de adelante. Pero lo que más me llamaba la atención fueron
los árboles a los costados, me recordaba mucho a mi infancia. Al salir de la
puerta, me encontré con el mismo mendigo, cinco metros de donde yo estaba parado.
Decidí pasar por ahí para dejarle los sueltos que me sobraban del vuelto de la
cena. Al estar frente a él, él mendigo alzó la mirada y me clavó los ojos. “¿Comiste bien, no Sebastián?” Me quedé
atónito después de escuchar mi nombre, entonces le respondí. “Si muchas
gracias. Disculpe, ¿cómo sabe mi nombre?” El mendigo no me respondió sino solo
hizo un gesto con su mano izquierda, y yo asumí que quería que me siente a su
lado, entonces me senté.
El mendigo sacó un pedazo
de pan que estaba a su derecha, el pan no estaba guardado, más bien estaba
caliente, recién horneado. “¿Quieres compartir ese vino conmigo, Sebastián? Yo
te compartiré mi pan.” No lo pensé dos veces, y le respondí. “¿Por qué no?” Saqué la botella de vino y la abrí con un
destapador de corchos que me dio él. El mendigo cortó el pan en la mitad y
tomamos el vino a pico como dos borrachos sin rumbo. El pan era suave y crocante, era
definitivamente el mejor pan que he probado. Estaba lleno gracias a la gran
cena que tuve, pero el pan me abrió el apetito. Tomamos y tomamos, pero el vino
nunca se acababa, aun así no sentía la borrachera. Pasaron horas y el pan nunca
se enfrió, también me parecía que se hacía más grande cada vez que ingería un
pedazo.
Tuvimos una larga
conversación que disfruté mucho. El mendigo me contó que su padre sacaba vino
del agua. No entendí, pero me explicó que era muy bueno con el vino. Llegó un punto en el cual decidí levantarme e
irme a casa, entonces me levanté y le pregunté su nombre. El mendigo subió la
mirada y me respondió, “No tengo nombre,
lo tenía, pero se me fue. Se fue volando, se fue cantando, se fue llorando.” Seguramente estaba borrachoy nos reímos
juntos. Le pregunté, antes de irme por qué su letrero decía tal cosa. Él solo
me dijo que decía la verdad, me dijo que no solo por ser un mendigo tenía que
ser mentiroso. Lo que entendí yo, fue que él no quería ser juzgado. Le di las
gracias por el pan, le dejé mi botella como agradecimiento y me fui.
Inmediatamente el mendigo
se paró y fue caminando hacia mí. Me dio un abrazo y me dijo feliz cumpleaños.
Me pregunté a mí mismo cómo sabía el mendigo que era mi cumpleaños, ya que yo
no la había mencionado, pero de tanta pregunta que me he hecho solo le di un
abrazo y me fui. Seguí caminando por un rato y al voltearme a verle la cara por
última vez, el mendigo había desaparecido. Corrí a ver donde se fue, me
sorprendió que no asomara ya que era un viejo sin fuerzas para nada. Miré de
calle en calle, y al regresar, justo en el mismo puesto en el que nos sentamos
a beber, encontré un crucifijo de madera tirado en el piso. Lo recogí y me fui
al parqueadero. Mientras caminaba,
recordaba la cara del mendigo. Una cara larga con el pelo largo que le llegaba hasta
el cuello. Tenía unos ojos profundos y satisfechos, seguramente así se sentía
el mendigo. Me comencé a preguntar si estaba loco, pero como dije no estaba
borracho.
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