jueves, 29 de noviembre de 2012

El Mendigo de Quito (Alejandro Chiriboga)


Mis manos ardían de tanto frío que hacía, era de noche yllovían rocas en el centro de Quito. La neblina cubría las calles tapándome la vista, solo la luz caliente que emitían las lámparas me permitía seguir adelante sin tropezarme. Mientras caminaba me preguntaba, ¿Quiénes  habrán caminado por estas lindas calles desde que fueron fundadas? Seguramente la mayoría de las  almas de Quito, tristes o felices han rondado por aquí . Acababa de parquear mi auto y me encontraba caminando por la calle Benalcázar, ahora no había ni un alma. La lluvia paró de golpe muy bruscamente y se podía ver personas corriendo a su destino. Me dirigía a un restaurante, a una cuadra de donde estaba, llamado “Vista Hermosa”, a encontrarme con unos amigos para celebrar mi cumpleaños. Pero para mí, solo era un año más.

 

Estaba a punto de llegar cuando vi un mendigo sentado a unos 5 metros de allí. Yo iba a pasar al lado de él sin ni siquiera regresarle la mirada, pero lo que me sorprendió fue que no me pidió dinero, ni me miró la cara. Al lado del mendigo había un letrero hecho de un pedazo de cartón que simplemente decía, “Soy humano, soy pecador.” Lo leí y lo ignoré, seguí por mi camino y entré al restaurante.  Mis amigos estaban ahí sentados hablando del día a día, esperando mi llegada para recibirme con un buen abrazo. Nos sentamos y comimos hasta estar satisfechos y contentos. La culpa me seguía de la mano. ¿Cómo estará el mendigo? Me preguntaba. Seguramente con hambre y con frío.  Inesperadamente uno de mis amigos, Juan José, habló con una sonrisa en su mirada.

“Sebastián, tenemos un regalo para ti departe de todos. Espero que te guste, es de buena calidad.”Me entregó una botella de vino, “ChâteauLafite”,les di las gracias con un buen abrazo a cada uno.  Era de noche y se hacía tarde, la manija del reloj apuntaba cerca de las 2 de la mañana y todos se comenzaron a ir. Nos despedimos y se fueron alegremente.

 

Como cumpleañero me quedéhasta el último momento para pagar la cuenta, solo quedábamos los meseros y yo. Pagué, di las gracias y me fui. Mientras salía del ascensor, le daba un vistazo al detalle del título en la botella de vino. Tenía una casa muy grande en la parte trasera de la imagen y unos hombres cosechando las uvas en la parte de adelante. Pero lo que más me llamaba la atención fueron los árboles a los costados, me recordaba mucho a mi infancia. Al salir de la puerta, me encontré con el mismo mendigo, cinco metros de donde yo estaba parado. Decidí pasar por ahí para dejarle los sueltos que me sobraban del vuelto de la cena. Al estar frente a él, él mendigo alzó la mirada y me clavó los ojos.  “¿Comiste bien, no Sebastián?” Me quedé atónito después de escuchar mi nombre, entonces le respondí. “Si muchas gracias. Disculpe, ¿cómo sabe mi nombre?” El mendigo no me respondió sino solo hizo un gesto con su mano izquierda, y yo asumí que quería que me siente a su lado, entonces me senté.

 

 

 

El mendigo sacó un pedazo de pan que estaba a su derecha, el pan no estaba guardado, más bien estaba caliente, recién horneado. “¿Quieres compartir ese vino conmigo, Sebastián? Yo te compartiré mi pan.” No lo pensé dos veces, y le respondí.  “¿Por qué no?”  Saqué la botella de vino y la abrí con un destapador de corchos que me dio él. El mendigo cortó el pan en la mitad y tomamos el vino a pico como dos borrachos sin rumbo.  El pan era suave y crocante, era definitivamente el mejor pan que he probado. Estaba lleno gracias a la gran cena que tuve, pero el pan me abrió el apetito. Tomamos y tomamos, pero el vino nunca se acababa, aun así no sentía la borrachera. Pasaron horas y el pan nunca se enfrió, también me parecía que se hacía más grande cada vez que ingería un pedazo.

 

Tuvimos una larga conversación que disfruté mucho. El mendigo me contó que su padre sacaba vino del agua. No entendí, pero me explicó que era muy bueno con el vino.  Llegó un punto en el cual decidí levantarme e irme a casa, entonces me levanté y le pregunté su nombre. El mendigo subió la mirada y me respondió,  “No tengo nombre, lo tenía, pero se me fue. Se fue volando, se fue cantando, se fue llorando.”  Seguramente estaba borrachoy nos reímos juntos. Le pregunté, antes de irme por qué su letrero decía tal cosa. Él solo me dijo que decía la verdad, me dijo que no solo por ser un mendigo tenía que ser mentiroso. Lo que entendí yo, fue que él no quería ser juzgado. Le di las gracias por el pan, le dejé mi botella como agradecimiento y me fui.

 

Inmediatamente el mendigo se paró y fue caminando hacia mí. Me dio un abrazo y me dijo feliz cumpleaños. Me pregunté a mí mismo cómo sabía el mendigo que era mi cumpleaños, ya que yo no la había mencionado, pero de tanta pregunta que me he hecho solo le di un abrazo y me fui. Seguí caminando por un rato y al voltearme a verle la cara por última vez, el mendigo había desaparecido. Corrí a ver donde se fue, me sorprendió que no asomara ya que era un viejo sin fuerzas para nada. Miré de calle en calle, y al regresar, justo en el mismo puesto en el que nos sentamos a beber, encontré un crucifijo de madera tirado en el piso. Lo recogí y me fui al parqueadero.  Mientras caminaba, recordaba la cara del mendigo. Una cara larga con el pelo largo que le llegaba hasta el cuello. Tenía unos ojos profundos y satisfechos, seguramente así se sentía el mendigo. Me comencé a preguntar si estaba loco, pero como dije no estaba borracho.

 

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